Por Alejandro Cárdenas San Antonio
“…todo se me quemó… ya no estaba mi payasito de Praga, ni mi guacamaya de Zipolite, ni la foto de mi padre muerto, menos su poema, todo se me quemó… ya no estaba la pintura de José Arcadio Buendía, ni siquiera mis pastillas para la diabetes… todo se me quemó… ni mi libro de bambú, ni mi Cien años de Soledad, el libro de Maquiavelo, menos mi príncipe que llevaba dentro…qué más da…todo se me quemó…” Son las melancólicas emociones escritas de un comerciante en shock.
Dos días antes de la navidad de 2019, un repentino incendio alrededor de las cinco y media de la mañana arrasó con 181 locales en el mercado de San Cosme localizado en la colonia San Rafael de la alcaldía Cuauhtémoc en la Ciudad de México; las causas probables del incendio según los peritos, fue el olvido de apagar en algún local las veladoras y el obsoleto e ineficiente cableado eléctrico.
“…todo se me quemó…el gran pensador en bronce se fundió… en mi interior… todo se me quemó… mi Einstein, mi gran pez de bolitas de color, mi mar… todo se me quemó…”
Rafael Castro fue uno de los afectados y describió al vuelo sus sentimientos y convirtió en poema la tristeza, la incredulidad y el abatimiento por el siniestro, su local era una cafetería y tuvo pérdida total; horas después de que fue controlado el fuego, escribió en una hoja de papel la pena por cada objeto que dio vivacidad a su negocio por tanto tiempo anhelado y que por fin había inaugurado un par de meses atrás.
En 1963 el mercado de San Cosme abrió sus puertas, fue parte de un proyecto federal y capitalino para reordenar el comercio ambulante y en aquel tiempo su diseño contaba con un túnel que era un pasaje comercial y cruzaba la amplia avenida Ribera de San Cosme evitando poner en riesgo a los compradores, pero fue clausurado cuando se construyó la línea uno del Metro; desde aquel tiempo, a diario han acudido miles de personas y -por su estratégica ubicación-, la afluencia es permanente, las actividades inician desde las siete de la mañana y concluyen pasadas las ocho de la noche.
Como cada año, la víspera de navidad significaba para los comerciantes la mejor temporada de ventas; en San Cosme todo estaba dispuesto para los compradores, todo tipo de artículos se exhibían dentro y fuera de la nave del mercado: heno, pinos, esferas, series de colores, figuras para los nacimientos, aguinaldos, cañas, tejocotes, piñatas, ponches, ropa para el frío, puestos de fritangas, dulcería, bisutería, zapatos, perfumes, cajas para regalos, moños, de todo.
Era evidente la algarabía de la fecha decembrina y los comerciantes habían invertido todo su capital en espera de las correspondientes ganancias, jamás se había registrado un siniestro de tal magnitud y en 2019 nadie lo esperaba.
MACONDO
En el interior del mercado, la cafetería de Rafael ocupaba el número 43 de 539 locales; en su espacio de 10 metros cuadrados, se reunían los que gustan de la bohemia y la música de trova mientras disfrutan el aroma y el sabor de la agradable bebida, iban alumnos y maestros de la Escuela Secundaria Anexa a la Normal Superior en sus horas libres, llegaban oficinistas de por los alrededores, tenía servicio a domicilio en una bicicleta a la que él llama “Remedios, la Bella”, tiene una caja adaptada para transportar vasos con café en la parte trasera, su cafetería la frecuentaban amantes del arte y la literatura y, en especial, los simpatizantes de Gabriel García Márquez, ya que por nada el lugar se llamaba Macondo y sus opciones de preparación de café estaban identificadas con los nombres de los personajes de la novela del famoso periodista, escritor y premio nobel colombiano.+
Un “Cien años”, era un café americano servido en una jícara, un “José Arcadio Buendía”, era un café expresso y lo ofrecía también en un cuenco de corteza dura y leñosa pero más pequeño; el criterio para esos nombres - según Rafael-, es el impacto estimulante de la clase de café equivalente al carácter de los personajes que tanto le apasionan, -“son los más locos en la novela”- dice; el concepto de la cafetería Macondo estaba lleno de detalles: la carta era de triplay y Rafael ahí escribió con pirograbado el menú, las paredes del local estaban cubiertas de madera, colgaban cuadros de la autoría de Rafael con escenas fantásticas y surrealistas con la misma técnica de pirograbado agregando pintura al óleo para darles viveza, la mayor parte del mobiliario en su local estaba fabricado con material de bambú, el piso era duela, tenía un librero lleno de regalos, recuerdos y ejemplares de autores de filosofía, comunicación y nunca faltaban los libros de poemas del chiapaneco Jaime Sabines, los decorados de los vasos para sus bebidas eran cilindros de bambú, tenían dibujos y frases de sus escritores favoritos; todo, elaborado por Rafael de manera artesanal.
Pedaleando su bicicleta, “Remedios, la bella”, repartiendo café, él sentía -según sus propias palabras- “…llevar en esa caja las locuras más chidas del realismo mágico, manejar la bicicleta es una emoción indescriptible, parece que levitas sobre el asfalto y el corazón del mundo…”
Un “Melquiades” –“otro loco”, dice Rafael- era una bebida tizana de cualquier sabor de frutos secos servida en un huaje, un “Mauricio Babilonia” era un frappé servido en un cilindro de bambú, un “Úrsula”, “la más noble de la novela” –comenta el fan de Cien años de Soledad- era un capuccino en un huaje, un “General Aureliano Buendía” era un capuccino frío, igual dentro del hueco de un bambú pero más alto, con crema batida, canela y mucho hielo; este gusto apasionado por la trama del libro, lo llevó incluso a pedir a un proveedor de pan que le elaborara piezas de amaranto para acompañar el café y las bautizó como: “Amaranta”.
LI WENLIANG
Aquella trágica mañana del 22 de diciembre, -al otro lado del mundo- en Wuhan, China, un médico oftalmólogo de nombre Li Wenliang, ya tenía serias sospechas sobre un posible brote infeccioso semejante al síndrome respiratorio agudo grave SARS, había notado en el hospital donde laboraba la recurrencia de pacientes con el mismo padecimiento y comprendió la alta capacidad de contagio; advirtió a tiempo a sus colegas sobre lo que percibió, pero su gobierno terminó por juzgarlo y censurarlo después de considerar que había generado pánico entre la población que comenzó a recibir a través de redes sociales copia de los mensajes que Li había enviado en un inicio únicamente a sus conocidos y ellos lo compartieron; el gobierno chino lo reprochó públicamente y minimizó la advertencia del médico que semanas después, el 7 de febrero perdió la vida por el mismo virus SARS-CoV-2 que hoy tiene sumido al planeta en una crisis sanitaria sin fecha de conclusión por la infección Covid-19; Li Wenliang el oftalmólogo que se atrevió dar el aviso, tenía 35 años, dejó una viuda, un niño de 5 años y el pasado mes de junio de 2020, nació su segundo hijo.
CENIZAS
La impotencia, la desesperación y un profundo dolor en el alma se reflejaba en los rostros contraídos y con lágrimas de las decenas de locatarios en el mercado de San Cosme, los que llegaron enseguida de saber la noticia, miraban con horror el baile frenético del fuego que sin piedad consumía su patrimonio.
Obligados por el olor a combustión, llenaban sus pulmones con el fétido humo negro que en volutas ascendía desvaneciendo el sacrificio y los esfuerzos de tantos años en el cielo de “la ciudad de los IMECAS”.
Fue a mediados de noviembre de 2019 cuando en el mercado comenzó la asignación de lugares en las afueras de la nave comercial y para diciembre, en la periferia apenas se podía caminar, los pasillos y las aceras estaban invadidas de puestos con mercancía y el día domingo 22, este inmenso escenario amaneció con ceniza y fuera de lugar, los puestos temporales en la calle estaban derrumbados, esparcidos en el piso o amontonados por la urgencia de los bomberos en abrir espacio para sus camiones y dar amplitud a sus maniobras con las mangueras.
Con la ayuda del personal de Protección Civil y corporaciones de otras alcaldías, por horas combatieron el siniestro donde no se reportaron pérdidas humanas.
A la luz del medio día, era evidente que la mitad del techo en el mercado había colapsado, aún salía humo de los locales y un alto hilo gris alcanzó a mirarse desde la lejanía de varios kilómetros, eran fierros retorcidos, un tremendo amasijo de confusión y el trágico juego de adivinanzas sobre miles de objetos irreconocibles, el piso del mercado se convirtió en una laguna cubierta con escombros e incontables desperdicios achicharrados.
“…todo se me quemó… mis costalitos de ilusiones… mis pinturas de museo de Van Gogh… mi pájaro en óleo… mis piedritas de colores resguardadas en una cajita… mis poemas de antaño y mi último poema… todo se me quemó… todo se me quemó… ¡el pinche fuego se lo llevó…! como un día mi cuerpo, se hará cenizas…”
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